27/04/2024

Tiene 10 años, hizo cumbre en un volcán y se convirtió en el argentino más joven en superar los 6000 metros

Fuente: telam

Santino Casabonne hizo cumbre en el Volcán San Francisco, a 6026 msnm, y entró en la historia del montañismo argentino. Comenzó a los 8 años, interesado por la actividad que su papá realiza desde hace dos décadas. Sus vivencias en alta montaña y el sueño de cuando sea grande

El momento en que Santino Casabonne se convierte en el montañista argentino más joven en hacer cumbre a más de 6 mil metros />

El momento en que Santino Casabonne se convierte en el montañista argentino más joven en hacer cumbre a más de 6 mil metros

“Y... ya hice como 60 cumbres, pero esta fue la más alta”, dice como al pasar Santino Casabonne, de 10 años, sobre la hazaña que lo llevó a la cima del Volcán San Francisco, en Catamarca, bajo la atenta y orgullosa mirada de su padre, Juan Casabonne. Esa expedición lo consagró como el montañista argentino más joven en lograr superar los 6000 msnm.

El camino fue pesado, duro y extenuante, pero él, con ese corazón de niño salido de una película de superhéroes, lo vivió con entusiasmo, alegría y, asegura, que fue la experiencia más feliz de su vida. Saber que lo que logró lo deja en la historia del montañismo nacional lo emociona y alienta: cuenta que seguirá buscando nuevas cumbres y desafíos porque eso es a lo que quiere dedicarse siempre.

“Le digo a mi papá que cuando sea viejito y yo tenga armado mi grupo de alta montaña, lo voy a llevar conmigo. Seré para él como un sherpa”, revela, en referencia a esos habitantes de las regiones montañosas de Nepal que se ocupan de cargar los bultos más pesados de quienes aspiran a conquistar la cima del Himalaya.

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La cumbre de Santino y el momento en que entró en la historia del montañismo argentino. De fondo, el Volcán Incahuasi

El niño récord

En agosto, Santino cumple 11 años, aunque no lo aparenta porque es de esos niños cuyos cuerpecitos parecen ser habitados por ancianos sabios; y es de esas personas casi místicas que hacen creer que no hay una única vida y que es posible renacer en otro cuerpo con materias ya aprobadas. Las de él, sin dudas, son todas las relacionadas con las montañas, con vencer los miedos, con conocer las propias limitaciones, pero no para detenerse sino para frenar, tomar envión y seguir. O subir, en su caso.

“Me sentí muy feliz. Muy feliz de hacer esa cumbre. Me tenía fe. En el camino me divertí mucho y lo disfruté, había muy linda vista. En la bajada no me divertí. En la cumbre se veía de fondo el Volcán Incahuasi, que estaba lleno de nieve”, resume la experiencia.

Su primera cumbre la realizó con 8 años. “Fue en el Cerro Tres Picos, en las Sierra de la Ventana, Buenos Aires. Tiene 1239 metros y es el más alto de la provincia. Ahí comencé y fue el del peor clima. ¡Hubo un huracán! El error fue que arrancamos tarde el trekking, hicimos cumbre tarde y bajamos de noche. ¡Error”; dice y relata cada una de los obstáculos que superó. “Cuando llegué, como era el más chico, todos los que estaban me aplaudieron”.

Santino
Santino y Juan en la cima del Cerro Lomas Amarillas, de 5100 msnm, en Vallecitos, Mendoza

El niño juega al fútbol en el Club Aristóbulo del Valle, donde entrena durante hora y media dos veces por semana. Los sábados compite. “Ese es mi entrenamiento. Algunas veces juego los domingos, sobre todo cuando estoy en casa de mi papá. A veces. con él salimos a hacer entre 2 y 5 km en bicicleta. Más de eso, no entreno. A veces escalo en un muro”, cuenta y aclara que esta vez su preparación física incluyó caminata con peso. “Salimos a caminar con la mochila con peso, cargue hasta 6 kilos”. Eso lo ayuda a regular el paso que necesita en la montaña y también la respiración.

Cuenta que en el momento de la cumbre, la mochila que llevó tenía 3 kilos, pero que durante la expedición, al igual que en otras, el peso oscila entre los 8 y 9 kilos. “Mi récord fue de 11 kilos, cuando fueron varios días de campamento y había que llevar bastante agua.

Con esta, Santino suma 60 cumbres. Cuando su papá regresaba de sus expediciones personales o grupales, le contaba y él, un día le pidió acompañarlo. Así llegó a su primera experiencia.

Tengo dos cumbres a 4 mil metros, dos a 5 mil, otras a 3 mil y varias de mil metros. El Cerro Vallecitos (Mendoza) fue nuestra primera cumbre a 5475 msnm. Fue uno de los mejores cerros. También hicimos cerros del Cordón del Plata (un cordón montañoso de los Andes, ubicado en su totalidad en la provincia de Mendoza, en los departamentos de Tupungato y Luján de Cuyo). También, Lomas Amarillas, que es pesado porque el acarreo tiene una inclinación de 65º... Era imposible ir por el medio, y fuimos por el lateral, zona de piedras”, recuerda y describe detalladamente esa expedición, la segunda más dura hasta el momento.

Contemplando
Contemplando el Cerro Penitentes, a 4365 msnm. Ruta 7, Cordillera Central Mendoza

La gran hazaña

El sábado 23 de marzo, Santino y Juan salen de Buenos Aires con destino a Mina Clavero, Córdoba, donde pasaron la noche. Al otro día, salieron con destino a Fiambalá, Catamarca. En ese camino, sufrieron problemas mecánicos y las fallas en el automóvil los hizo pensar en que la odisea acabaría antes de empezar. Pero, encontraron ayuda y pudieron avanzar. “Un mecánico nos arregló el turbo, pero continuaron los problemas con la batería”, cuenta Juan.

Al amanecer partieron al primer refugio donde padre e hijo realizaron la primera etapa de aclimatación (permanecer en la altura para acostumbrar al cuerpo y no apunarse) a los 3200 metros. Continuaron el camino y evaluando su propia tolerancia a la altura e hicieron dos cumbres de aclimatación en el Cerro Coquena (4051 msnm); Cerro Pastos largos (4120), donde acamparon dos noches para salir al Cerro Falso Morocho (4500 msnm) hasta el Paso San Francisco, a 4750 msnm. Ese paso fue el punto de despegue hacia la cumbre, a 6026 msnm.

A las 5.15 de la mañana iniciaron el camino a la cima. “La cumbre fue a las 3 de la tarde. Fueron 9 horas y 45 minutos”, explica el papá, que agradece a quienes interiormente lo acompañaron: “Gracias a Dios y mi vieja, que es nuestra patrona y protectora celestial en las montañas. Ella siempre nos cuida”, dice al borde de las lágrimas.

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En La Hoyada, a 4650 msnm, en el Cerro Vallecitos, Mendoza

Esos agradecimientos tan sentidos, se deben a que llegar hasta allí no sólo no fue fácil en el terreno montañoso sino que hubo muchos contratiempos en el camino. “Desde Mendoza sufrimos por el auto durante casi toda la expedición, bajamos a Fiambalá con el alternador detonado, pero milagrosamente a la noche estábamos de vuelta en Las Grutas”, resume el hombre, que desde joven realiza expediciones en las montañas y que entrena a su hijo para que logre cada uno de sus objetivos.

Todo, lo vivido hasta el 30 de marzo, Santino lo cuenta con el mínimo detalle. Recuerda cada horario, el tiempo de descanso e incluso, el que les llevó desayunar y preparar la mochila que 11 kilos que cargó en su espalda.

Salimos desde los 4750 msnm con -8 grados, estaba todo completo de nieve. A eso de las 10 de la mañana llegamos a la famosa diagonal del volcán, que es larguísima, y la nieve me llegaba hasta la mitad de la pantorrilla. A la media hora el sol ya estaba fuerte y se puso muy caluroso. La nieve comenzó a derretirse y así llegamos al fin de la diagonal. Después empezó la parte más empinada”, recuerda.

A más de 5 mil metros de altura, las dificultades no tardaron en asomar: el peso de la mochila se duplica, las piernas comienzan a sentir el cansancio, la geografía se convierte en un desafío y el clima no da tregua.

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En el Salto Campamento de alta montaña, a 4300 msnm, Vallecitos, Mendoza

“Comenzó a nevar otra vez, se levantó un viento muy fuerte y hacía mucho frío. Apenas veíamos el sendero. Seguimos y luego se despejó y se vio la cumbre. En ese último tramo el clima fue bueno. Al llegar arriba, el fondo estaba todo gaseoso y se veían los cerros de fondo. Estuvimos 45 minutos, nos tomamos fotos y luego bajamos. El descenso tuvo que ser rápido porque se venía una tormenta. En dos minutos cambió todo: empezó a nevar muy fuerte y nos agarró una tormenta eléctrica. Ahí ya teníamos otra vez nieve hasta las pantorrillas”, enfatiza cada detalle.

Las condiciones climáticas los asustó y la bajada, a un desnivel de 60º, se redujo en el tiempo pensado.

“Lo normal para subir son 8 horas y nosotros lo hicimos en 10 horas, fuimos más lentos. La bajada, normalmente, se hace en 5 horas, pero nosotros, al estar tan apurados, la hicimos en dos horas y media”.

La bajada no le pareció divertida. “Me daba resbalones, pero gracias a la nieve pudimos bajar más rápido. Luego, cuando ya no había mal clima, le bajamos al ritmo. Llegamos al campamento con la ropa llena de nieve. Ahí nos enteramos que Gendarmería se preocupó por nosotros por la tormenta de nieve y nos fueron a buscar. Me gustó que se ocuparan de nosotros”, asegura el niño que sorprende en la escuela y en el club de fútbol porque no creen en todo lo que es capaz de hacer.

Entusiasmado, cuenta en secreto los próximos puntos a conquistar al lado de su papá, su gran amigo. “Cuando estamos en la montaña somos compañeros, además de padre e hijo. Es un gran montañista. Será casualidad o no, pero nació el 5 de agosto, el día del montañista. Yo lo cuido como el tesoro que es, pero en la montaña somos compañeros y nos cuidamos el uno al otro, y tenemos nuestros roles. Él tiene sus roles. Yo tengo los míos y bueno, así nos manejamos. Lo nuestro es pacto de almas y le damos mucha importancia. Ante todo, somos contempladores, por eso buscamos las cumbres. Lo que más disfrutamos es contemplar y en cada cumbre vemos el tesoro más grande: toda la creación que nos rodea”, finaliza Juan.

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